En África central es común saber de poblaciones enteras que mueren de hambre, allí las guerras tribales, el subdesarrollo, el mal manejo de los recursos y la intervención constante de intereses económicos, se alían para explotar a sus ciudadanos, con hombrecillos pasajeros o dictadores eternos, como parte de un problema complejo difícil de superar. En la china de Mao, durante la revolución agrícola, se expropio y persiguió a todos los dueños de tierras productivas, con la excusa de darle el poder al pueblo, destruyendo el aparato productivo, como consecuencia millones de chinos murieron de hambre, error que solo reconocieron años después cuando ya estaban perpetuados en el poder.
En Venezuela el morir de hambre es un proceso más lento y menos perceptible, para muchos tras el poder y para quienes los siguen con sus oídos y ojos selectivos. La desnutrición, la susceptibilidad a las enfermedades o morir mientras se pide dinero en una esquina, también es una forma de morir de hambre.
En el lenguaje común y popular, un muerto de hambre, es aquel que siempre está pidiendo algo, el que está siempre a la espera de que le den, el que no le importa atragantarse de comida porque hay mucha, es quien no le importa adular para que le den un poquito más, y el que siempre quiere más de lo que tiene el otro. Pero en ningún momento nadie realmente con dignidad y educación familiar, llamaría a un desposeído muerto de hambre.
Apenas ayer cuando el alcalde metropolitano en rueda de prensa mencionaba, que nuestro pueblo moría de hambre y pobreza, solamente expresaba, lo que los números oficiales registran y gritan a pesar de las muchas capas de maquillaje. En ningún momento denigro de los menos favorecidos por el régimen, hasta que un periodista de un medio oficial, a quien le dan espacios para expresarse y preguntar – que le niegan el gobierno a sus compañeros- Pregunto ¿dónde estaba el pueblo muerto de hambre del que hablaba y que lo acompañaba?, ¿que los presentes no tenían cara de muertos de hambre? En ese momento quiso burlarse de los presentes, desconocer las realidades que viven los realmente pobres y piensan a cada minuto cual será su próxima comida. Pero también dejo al descubierto ante todo el que lo vio, la entereza de responder con la razón en las manos.
Como en ese muchacho, muchas personas con educación están sesgadas, a tal punto de elegir no ver, al que le limpia el vidrio del carro, al que hace maromas en un semáforo, a la que llora pidiendo para sus hijos en las puertas de un hospital, a los que viven recogiendo de la basura para vivir, o los que simplemente viven en cartones debajo de un puente.
Morir de hambre puede ser hasta una elección, llevada dignamente como en el caso de Franklin Brito, pero para otros solo será una condición pasajera asociada a su falta de conciencia.