Cuando Julio y Carlos
se conocieron en la escuela, nunca soñaron que su amistad, sería una de esas
raras joyas que nos obsequia la vida, transparente, duradera y de un valor
abstracto para el que nunca la ha visto, y sentimental para quien la ha vivido por décadas, como el cuarzo, sus
cortes y figuras matemáticamente esculpidas son producto de su composición, de
su ser, en los aristas de una amistad de larga data, están escritos los éxitos,
los pesares, los amores y la familia. En una amistad entre iguales, ni el
tiempo ni la distancia borran aquellos momentos de la niñez, donde estar en la
casa del otro, era como estar en la propia, la mirada amiga, la sonrisa de la
mama de tu amigo y las galletas con chocolate, decían en un lenguaje de cariño,
bienvenido eres un hijo mas, una sensación que crecería con el tiempo como la
amistad y solidaridad.
Pasan los años y con
tan solo ver a su madre, julio se transporta a la seguridad de la niñez, al
abrazo lleno de perfume que le acaricia el cabello, pero hoy recuerda con
tristeza a la mama de Carlos, mujer de sonrisa brillante y firmeza que hizo de
Carlos, un buen hombre y un buen amigo, a ella se le detecto un cáncer de
hígado, que le cambio la salud de un día para otro, llevándosela en solo dos
meses, dos meses que son un día, un abrir y cerrar de ojos en una vida tan
hermosa, y es que, como a Carlos la vida nos puede sorprender sin ni siquiera
imaginarlo con una ausencia. Porque ¿Cuántos de nosotros damos por sentado que
ese amor de madre siempre estará allí? ¿Cuántos toman el tiempo de disfrutar,
repetirle a su madre cuanto la quieren?
Hoy Carlos recuerda a
su madre con la belleza que lo ilumino por años, sus chistes, sus juegos, hoy
va a casa de Julio y ve a su vieja, la toma de la mano, le habla, buscando ese
recuerdo que se le fue desde hace mucho, Julio lo mira y ve como la ausencia de
su propia madre con mal de Alzhéimer, sigue llenando de alegría su vida y la de
su amigo, sin saberlo ella en su viaje a otros mundos con nombres diferentes,
sigue siendo la llave a esa niñez, a ese recuerdo que en algún momento se le
perdió, donde se encontraron dos niños para ser amigos para siempre, dos amigos
que no nos dejan de recordar, que no hay rincón en el mundo más especial, que
el abrazo y la sonrisa de una madre que se siente orgullosa de su hijo.
El presente no puede
esperar, llámala, tómala de la mano, dale un beso, y recuérdale que es lo más
grande de la vida, mientras no esté ausente, mientras no pase a ser un
recuerdo, un recuerdo que siempre vivirá.
Dedicado a todas las
madres, ausentes o no, cuyos hijos las hacen vivir todos los días.