El lugar estaba colmado de detalles de lujo, pisos de mármol gris claro, en combinación de tonos ocres en las paredes, todo el personal recibía a sus clientes con una sonrisa, una bata beige de toalla esponjosa y unas sandalias de goma - de esas que te masajean mientras caminas - . Todos son llevados a un vestidor donde dejan sus ropas en un armario, para luego ser conducidos a una sala de espera. La música de cuerdas evidentemente oriental, hacia juego con el sillón de bambú, la mesita acolchada para descansar los pies, las pinturas a tinta, las plantas, el color terracota y las velas que aromatizaban el sitio eran toda una escena, no faltaba un té, una manzanilla o una bebida de clorofila, así como también un relajante soporte de cuello con arena caliente, forrado en seda, para liberar la tensiones de último minuto.
Allí estaba ella, pequeña de piel bronceada, ojos almendrados, de contextura firme y sonrisa brillante. Al pasar a la sala de masajes la penumbra se acentuaba y el sonido del mar era el marco ideal para abstraerse del mundo, ya en la camilla especialmente diseñada, la desnudez total solo la cubría una delgada sabana, por la que con seguridad se podía deslizar una visión de volúmenes y formas de un cuerpo boca abajo. Un paño caliente permitía a las fomenteras aumentar el calor por todo el eje de la columna, para luego permitir que piedras de obsidiana focalizaran su calor en los puntos más sensibles, preparando el cuerpo para el contacto piel con piel.
Aceite aromatizado era el catalizador, los nudillos presionaban la planta del pie desde el talón hasta los dedos, para luego asir el empeine y cada dedo con las dos manos. Subir a la pantorrilla haciendo una línea que la divide con los dos pulgares varias veces, era solo el anticipo de que la fuerza y delicadeza de ambas manos recorrerían espalda, hombros, cuello y brazos disipando las contracturas, el estrés y alineando la energía, para liberar un estado de relajación y satisfacción, que llega al clímax con los dedos moviéndose circularmente en el cuero cabelludo.
Si, Dulce era su nombre, como dulce fue su voz cuando me despertó, de mi sueño, de mi letargo inducido por ella, fue en mi sueño cuando en vez de ella en mí, era yo en ella, era yo recorriendo su cuerpo, regalándome el placer de dar placer.
Pero desperté, y pregunto ¿Todo bien señor?, y sonreí, todo perfecto ¿y usted?, Sonrió y me despidió diciendo todo muy bien.
Dicen que uno aprende al poder calzar los zapatos de los demás, en lo particular pienso que es una forma de entender lo que vive cada ser con el que interactuamos, pero no solo debe ser en los momentos difíciles y problemáticos, también en los momentos de felicidad y placer, en la medida que lo intentemos, sentiremos un poco mas de cómo sería vivir lo que vive otro, en su piel.