Llueve, el negro de la carretera, es
un jabón aceitoso con olor a coque y caucho, que con cada camión que pasa,
asperja ese perfume sobre los que se mojan al lado de la vía, pero es la
vaporización de ese perfume, el que se queda en la ropa y rostro de sufrimiento,
de la niña que vende café, agua y chicharrones, en su "Negocio"
improvisado, a la mitad de un reductor de velocidad enclavado en el medio de la
nada, tan solo atado a un asta, cuya base es un rin viejo, con tres peñas sobre
él, en cuyo tope, una sombrilla pelea contra en viento, el sol o el agua según
lo dicte el día . La niña que pronto será madre y responsable de una pequeña
vida, y de la suya, no puede dejar de intentar vender algo, ganar el diario, su
mano después de cinco días de lluvia aún se agita con los vasos plásticos en
ella, no puede esperar que la convergencia ínter tropical pase, para ella son
sólo palos de agua, que agudizan el sufrir normal de estar atada al pavimento,
de no moverse en una vía, que le pasa sin destino para ella. Eso de que lo
importante no es el destino, sino la vía que recorremos, es una falsedad tan
transparente, como el agua que la moja desde comienzos de la mañana, su sufrir,
tiene un color diferente al de la niña del barrio, cuyo hastío no se mata con
la lectura, o el querer ser mejor, porque bajo el sol, su tiempo se cuenta a
respiros en una cola para comprar algo que revender en la próxima esquina.
Para un niño, confundir la
felicidad, con una sonrisa furtiva, es muy común, más si se juega con palos, en
medio de una avenida, tras el receso robado al semáforo en verde, porque rojo
es bueno, en el, se puede pedir.
Ellos son comunes, flores silvestres que crecen a orillas de la indiferencia, son números que no se cuentan en el mega plan vacacional de un ministro mediático, ellos, que se transparentan antes los ojos de un país "Cheverito" no saben de guerra económica, de aumentos, inflación, no saben del Medio Oriente, ni saben lo que es ser rescatados. Son hijos de la intrascendencia internacional, cerca de ellos no caen misiles, sus padres no nacieron odiando y siendo odiados, no entienden que la pobreza es una bomba que te mata lentamente y que la falta de educación no te destroza una pierna, pero discapacita la mente y los sueños.
Nadie en el gobierno, hace una gira por las carreteras del país, buscando a estos niños, nadie los ve en los semáforos, los buscan al otro lado del mundo, para servir como muletas políticas, como instrumento de ataque a una realidad ajena, mientras nuestros niños quedan huérfanos, por una guerra de armados, contra desarmados, de trabajadores contra delincuentes, ellos no son huérfanos que le importen a una ideología, no fueron bombardeados por los amigos del imperio, no merecen ser rescatados, son más valiosos si crecen manidos, rotos, con poco para comparar, son un daño colateral de un "proceso" que habla de un golpe suave, a un país que vive una guerra civil fría, a ritmo de los caídos que contabilizan la desesperanza de un país, una fría guerra civil, cuyo campo de refugiados huele a desplazados silentes, que dejan atrás sus raíces por seguridad.
¿Acaso seré un desalmado, porque me duelan más los niños de aquí, que los miles que traerán de Palestina? ¿O quizás la única forma de recuperar el alma perdida de tanto destrozar tu país, es comprando una que se vea, ante los ojos de quienes no conocen la verdad? El tiempo y la gente, lo dirá.