Al principio
todos se reían de él, de lo que decía, cómo actuaba, de la manera de decir las
cosas, y de alguna forma, cuando expresaba lo que sentía y advertía a todos lo
que veía venir, atizaba en la gente, ese pequeño monstro que algunos albergan
dentro de sí, ese pedazo de miseria que se burla de la insania mental, que no
entiende ni quiere entender lo distinto, y que usa el término “loco” como
accesorio distintivo, que denigra y cree que ayuda elevarse por encima de otro,
que incluso puede tener la razón.
Cuando él
hablaba de perfil autoritario, de incitación al odio, de destrucción de
valores, era considerado un alarmista, nada más al tocar el tema del comunismo,
de “Cubanización de Venezuela, de la perdida
de la libertad, el termino para llamarlo era disociado, y apenas empezó
a tocar el tema de las expropiaciones, la destrucción de la economía, la
devaluación e inflación, el “Loco” era un pájaro de mal agüero. Para algunos
los síntomas terminales de esa locura, se manifestaban cuando comentaba que
bandas armadas nos gobernarian, que haríamos cola por jabón, champú,
medicamentos, pañales e incluso pan, que cada día habría menos trabajos y que
perderíamos generaciones bajo el esquema de destruir la educación e incentivar el
ganar dinero sin trabajar.
Si, ya ni
querían escuchar al paranoico de la esquina, eran aterradores e inimaginables sus delirios, la gente
moriría de mengua en los hospitales, la muerte nos asecharía en cada esquina,
los medios serian solo para adular al poder e importaríamos gasolina.
Todos se reían,
no había quien se apiadara de él, algunos optaban por la condescendencia o la lastima,
incluso algunos hablaron de que la mejor ayuda para el seria la “Reeducación”,
pero al final era más fácil olvidarlo o ignorarlo, que entenderlo o ayudarlo.
¿Milagro o
desventura? El paranoico de repente mejoró, la gente empezó a verlo con
respeto, una dosis de la penosa realidad en la que estaban aterrizando todos,
lo hizo cuerdo como por arte de magia, la gente comenzó a buscarlo y escucharlo,
aunque muchos, a pesar de lo tangible del presente, preferían seguir llamándolo
“Loco”, que tener que sentir el amargo sabor de la aceptación, cuando se
insiste en tomar una cucharada de lo que no se puede ocultar.
Estaba curado,
pero no por mucho tiempo, tan solo fue una leve mejoría, los síntomas
volvieron, pero esta vez en forma de esperanza, de pensamientos positivos como
el que los venezolanos entenderán que se precisa un cambio profundo, que el
despertar está por llegar, que el vil egoísmo, no volvería a triunfar, y por
supuesto, que todo se enrumbará a lo que siempre hemos querido, un país de
gente que hace bien, que se desarrolla y aspira a una mejor calidad de vida.
Loco, aun lo
llaman así, pero ya somos muchos que estamos convencidos, que el paranoico de
la esquina, siempre ha tenido la razón.
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