lunes, 29 de agosto de 2011

Estocolmo colectivo

Secuestrar a alguien o sentirse secuestrado, es algo tan serio como la puntualidad sueca, cuestión que en Latinoamérica es fácil de entender, refieriendome al secuestro y no a la puntualidad, ya que por acá se secuestran vehículos - Piden rescate por ellos -, documentos, tierras, casas, teléfonos celulares, instituciones, y hasta una que otra mascota. Pero en el caso de los seres humanos, las relaciones entre las víctimas de secuestro y sus victimarios empezaron a verse distintas desde 1973, gracias a la filmación de un asalto bancario, en Estocolmo Suecia, que a diferencia de los vistos en las películas de vaqueros y los que ocurren hoy en día - Plomo parejo, y muertes sin sentido - Los secuestrados desarrollaron una afinidad por sus secuestradores, a tal punto de defenderlos y no denunciarlos, lo cual ha sido objeto de estudio desde diferentes perspectivas. Siendo Nils Bejerot quien lo describió por primera vez, usándose desde entonces, el termino de Síndrome de Estocolmo, para estos casos

Sé que puede sonar absurdo e incluso revolucionario, pero ante la amenaza de conflictos y violencia generada por una de las partes, los afectados ó la otra parte, puede asumir erróneamente, que cooperando y viendo el suceso como algo pasajero que pronto va a cambiar, facilite el hecho de que el perpetrador se salga con la suyas, y que de alguna manera mágica y etérea, esto lo ayudara a salir ileso de ese trance, es decir como vaya yendo vamos viendo, que todo rio vuelve a su cauce, lo cual es un error, que egipcios y libios pudiesen explicar mejor.

Aunque usted no lo crea – Hay gente que se lo cree - , en estos casos, el secuestrador en su proceso de obtener lo que quiere, y en virtud de no querer reacciones adversas - Léase encuestas, huelgas, dimisiones, opiniones externas – se comporta como un benefactor magnánimo capaz de conceder, desde la tranquilidad hasta la vida misma, cuestión que lo puede llevar a vivir viviendo, mientras muere muriendo, de mengua ó por la vía de la violencia.

Pero no todo queda allí, el secuestrado, ante el temor de lo incontrolable, la incertidumbre, además de la fragilidad de su posición, percibe que es más “inteligente” ayudar a su captor a lograr sus deseos - Por irracionales que parezcan -ya que esto les dará tranquilidad y protección, siendo esto un sueño del que se puede despertar aun peor.

La víctima, temiendo ser castigada con mayor fuerza y perder lo que tiene, opta por hacer las cosas que le gustan al criminal, al extremo de verlo como un padre que te retribuye cuando te portas bien - Dadivas, migajas y sobornos – anhelando un reconocimiento, una promesa, una palmadita en el hombro, lo que al final lo mantiene viviendo su situación, con la esperanza de que su masoquismo sea mayor al sadismo que lo subyuga.

Si, no están enfermos del todo, aunque sus síntomas patológicos, la paranoia y la pérdida de control por parte del ciudadanía, ante una mezcla de inseguridad, pérdida de valores, miseria humana y mentiras, es tan poco manejable, que la manera más fácil de sobrellevar los acontecimientos, es pensar y convencerse a sí misma como sociedad, que su captor puede tener la razón y que de alguna manera lo que dice tiene sentido, por lo que se engancha emocionalmente con los motivos de este para llevarla a la situación que vive y arrastrarla a un concepto de felicidad y dignidad, ajeno a todo lo que conoce.

Esto es el colmo colectivo, el mundo al revés, el auto secuestro, oscuridad en casa, luz en la calle cuando hay, la gasolina más barata del mundo con una empresa productora de petróleo endeudada, importando alimentos que se pierden, hablar de lingotes de oro, cuando te matan por una cadena, importar sin producir, defender la soberanía, entregando el país a otros.

Pero el secuestrador no se las sabe todas, siempre hay alguien que se cansa de tener miedo y se escapa, gritando abajo cadenas, entonces ven lo que tiene que ver, a un humano mas, que te quiere someter, que quiere ser inmortal, a alguien como tú o como yo, que el único poder que tiene, es el poder que atreves a darle, y que le puedes quitar respetándote a ti mismo, levantando la cara y diciendo, ¡ya basta!, Entonces vendrá la risa, la felicidad, la celebración de tener un futuro, agradeciendo a dios y a nuestros hermanos, valernos por sí mismos y no depender de las ideas del secuestrador, para sentirnos libres y no vivir en un Síndrome de Estocolmo Colectivo.

viernes, 12 de agosto de 2011

Pendejo en transición

Nada más fácil para un estafador, que las presas ansiosas de la vida fácil, de lo barato, de tomar ventaja sobre los demás, de la influencia, el regalo, y ese deseo de lograr obtener, lo que al resto de los mortales, le tarda años en lograr, con un simple atajo, una conexión, un resuelve. Pero también están las victimas desesperadas, las que no encuentran salida, las sin educación y por supuesto, las que tienen buena fe y solo ven su entorno particular.

Realizar una estafa, necesariamente precisa de alguien que se deje estafar, bien lo decía mi abuela, todos los días sale un pendejo a la calle y el que lo encuentre, es de él, pero en un país donde hay tantos pendejos, que hasta eligen presidentes - Facundo Cabral - La vida cada día y con la multiplicación de los mismos, se torna más extraña de lo normal, porque en este, el paraíso de los estafadores, que te confundan con un pendejo, además de ser un riesgo, es el pan de cada día, porque una cosa es tener la cara, y otra cosa es que hay que serlo obligado, una es que te quieran vender, que nunca se había producido tanto en el país, y otra que tú no quieras creer que no hay cemento, cabillas y aceite, no es lo mismo que te vendan una maqueta de esperanza, a que tú la compres y te aferres a ella, aun a sabiendas de que no hay un buen servicio de luz y agua. ¿Pero quién no ha sido estafado alguna vez? ¿A cuántos, les has dado dinero, pensando que tenían una necesidad urgente? ¿Te han estafado con una mirada, una promesa? ¿Te han manipulado y al final caíste en cuenta, que te robaron? ¿Te has sentido, aunque sea por un momento, pendejo?

La realidad es que hay cuatro grupos en esta dinámica de la estafa: Los estafadores, que a su vez pueden ser estafados. Las víctimas, que muchas veces desean convertirse en perpetradores. Un tercer grupo que no participa, ni es “afectado” y se conforta diciendo que no es uno ni lo otro, sino todo lo contrario, pero los peores son los del cuarto grupo “Los pendejos en transición”. Esos son aquellos que están con “el proceso” de transición. Son un grupo que han sido engañado y estafado, pero creen que si no lo reconocen y siguen creyendo, estarán en una especie de animación suspendida, que evitara que los señalen como tales, mientras que otros, en su misma situación, arrastran a los demás, en una carrera por demostrar que el estafador no lo es, que el pobrecito tiene problemas, que no lo dejan trabajar, apostando el futuro de muchos a una ilusión, con el solo fin de no dar su brazo a torcer, y tener que sentirse víctima, sentirse un pendejo del montón. Porque en su soledad, cuando nadie los ve ni los escucha, no lo pueden evitar, se sienten así, y para mitigar su dolor, en vez de aceptar que cualquiera se equivoca o lo timan, para así seguir adelante y despertar del letargo, pretende que nada ha pasado, que no es con él, para luego abrir los ojos y ver un país hecho pedazos.

Bien lo dice el refranero popular, es mejor caer, que estar guindando. Salga de ese “proceso perverso”, viva de cara al futuro, libérese y entienda que el nuevo amanecer es suyo, y de nadie más, imperfecto, sí, pero hecho a la medida de sus ideales, luche por cambiar las cosas, no espere a que alguien le pregunte ¿si usted es? Y deje ya de ser, un pendejo en transición.