lunes, 12 de marzo de 2012

En Altagracia, rincón escondido




Desde la zona colonial de Carora, capital del municipio Torres del estado Lara, vía al norte, con rumbo al pueblo de Altagracia, una carretera rural descuidada por el tiempo, se abre paso por una de las zonas áridas s extensas del país, casas de bahareque, solamente coloreadas con el amarillo de la tierra, remolinos de polvo que se pasean y buscan elevarse, en medio de cujíes, tunas y alguno que otro semeruco, son solo parte del paisaje xerofito, que atraviesa por las pupilas contraídas por el sol, de quienes tienen la dicha de recorrer estos caminos, y digo la dicha, porque por allá, donde cualquiera pudiese pensar que el mundo se olvido de las bondades de la tierra, la mano de Dios hecha hombre, ha logrado una maravilla de nuestro país, que muy pocos conocen y admiran, los viñedos en Altagracia de las “Bodegas Pomar”.

El verdor de un poco más de las 80 Hectáreas de un total de 120, le dan un viraje al paisaje, que sorprende y maravilla a la vez, porque allí, las variedades de uvas europeas, el suelo de nuestra tierra, dan como resultado, los vinos venezolanos, que orgullosamente, producen empresas polar para deleitar a los paladares más exigentes.

En mi recorrido fui acompañado por el Profesor Guillermo Vargas quien es Ingeniero y enólogo de bodegas pomar, el cual ha sido pieza clave desde que la compañía Francesa Martell, junto con el instituto de la uva de la U.C.L.A, en el tocuyo, comenzaron a dar los primeros pasos, en la investigación, que hoy enorgullece a Venezuela.

Caminar entre las variedades de Sauvignon, Tempranillo, Chenin Blanc, Syrah, Pettit Verdot entre otras, me hizo preguntar. ¿Han realizado alguna variación genética, para adaptarlas al clima tropical? A lo que me respondió, no, todas las variedades son autóctonas de Europa, ¡Solo se seleccionaron las que se adaptaban mejor aquí! ¿Y que da la diferencia del sabor, aparte del proceso del vino? Pregunte. El sabor lo dan los suelos en donde se cultiva, es una combinación que incluye la variación de temperatura, los vientos y las horas sol, lo que hace variar una cosecha aquí y en el mundo, por eso cada cosecha es diferente, porque el proceso es el mismo. Luego de probar las uvas in situ, ver el sistema de riego, y algunos detalles técnicos sobre la poda y preparación de suelos, nos fuimos a la planta procesadora en la zona industrial de Carora, el corazón de Bodegas Pomar, hoy en día 100% venezolana y en contacto con lo más novedoso del mundo, en tecnología vitícola.

Lo bueno de ir a esta visita acompañado de quien forma parte de la decisión, de que combinación,es ideal para cada vino, es que conoce y te explica, de donde sale el vino blanco, ya sea el “Iglesia” vino de consagrar de la iglesia venezolana, producido en su totalidad en esas instalaciones o el Pomar tipo Frizzante, Pomar Suvignon o el Terracota Blanco, y la diferencias entre ellos, también fuimos a los tanques de fermentación controlada, donde me explico lo de la selección de las levaduras, para cada tipo de vino, y él porque sus vinos tintos son de tan alta calidad.

Fuera del terracota tinto, los demás llevan como nombre la variedad predominante en cada uno de ellos, cuestión que me pareció una excelente idea de mercadeo, porque al tener en las manos, un Pomar Syrah, Tempranillo o Pettit Verdot, los conocedores saben, que tienen en las manos un origen, independiente de la zona de cosecha, y es que el mundo del vino y su complejidad son fascinantes.

En una cata dirigida por el, las personas pueden aprender, detalles tan sencillos, como que el vino debe llevar el año de la cosecha, y el no portarlo deja a dudas la calidad del mismo, que cada cosecha es diferente, que el tiempo en barricas varía entre tres meses y un año, y es la experticia de los enólogos, quienes dan el visto bueno para su embotellado, y que luego de esto la calidad toma una curva que puede disminuir, en algunos casos entre tres y seis años -Cuestión particular para cada cosecha-. Además se disfruta de apreciar el aroma de un buen vino, luego de ser aireado correctamente y acompañarlo con un queso de cabra madurado de la zona, que no tiene nada que envidiarle a ningún otro producto en el mundo.

También me llevo a conocer el método tradicional en la fabricación de champañas, en unas cavas donde se realiza una segunda fermentación en botellas, dando como resultado la línea de champañas Pomar Brut, Demisec, Rose y Nature ideales para servir a 4ºC.

Todos estos productos venezolanos, han ganado medallas internacionales, que avalan la competitividad y calidad de los mismos, que en muchos casos nunca han sido probados por la mayoría de los venezolanos, y es que, iniciativas como estas, deberían repicarse y apoyarse.

Le preguntaba a mi distinguido guía, durante el almuerzo. ¿Por qué no tenemos denominación de origen para nuestros vinos? A lo que me dijo entre risas, ya me rendí con eso, no hubo manera a pesar de tener todos los estudios técnicos para ello. Luego investigue un poco y me encontré con que en nuestro país, obtener una denominación de origen, es casi imposible, ya que precisa un esfuerzo de entes gubernamentales que ni siquiera están creados para tal fin, que acompañen e impulsen, la iniciativa privada en esta labor tan importante, cuestión que dejaría muy en alto, el nombre de nuestro país y lo que aquí producimos. Un detalle de excelencia, que de seguro alcanzaremos, en la medida que veamos lo nuestro como una prioridad, para que así el día de mañana, en vez de decir voy a tomar un Cabernet o un Rioja, decir lleno de orgullo y con la copa en alto, voy a brindar con un Altagracia, vino producido, en un rincón escondido de nuestra tierra.